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Mi visita al Ashram de Sai Baba

Sin duda Sai Baba ha sido un personaje muy carismático que atrajo a miles de personas de todo el mundo a su Ashram y se han creado centros Sai a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. Su filosofía era el amor y el servicio. Esto se puede apreciar en el diseño del lugar, en la organización y forma de vida.

El Ashram es una gran ciudad donde hay bancos, supermercados, cine, librerías, bibliotecas, cantinas, salas de conferencias, dormitorios y, por supuesto, un gran templo. Desde las tempranas horas que empiezan las actividades, la gente camina de un lado para el otro, la mayoría en silencio y en estado meditativo.

Los visitantes pueden quedarse el tiempo que quieran pagando sumas irrisorias como 5 dólares por día en una habitación compartida y pueden desayunar, almorzar o cenar en las cantinas por 1 dólar por día. La comida es saludable, vegetariana y orgánica. Pueden hacer servicio si lo desean, ya sea en la cocina, en la organización de los eventos, etc.

Si bien se percibe que todo fue concebido con amor, no sé por qué extraña razón, el trato entre las personas no es muy amable y eso me shockeó un poco. Me tocó vivir y presenciar un cierto maltrato, intolerancia, fanatismo y hasta histeria diría de algunos devotos, tanto de los que están haciendo servicio como de los que sólo andan dando vueltas.

Para ilustrarlo puedo citar algunos ejemplos. Para entrar al templo hay que tener los hombros cubiertos. Yo lo hice con mi chal, pero cuando estaba por entrar la mujer me corre el chal con la mano bruscamente y me dice que no puedo entrar con musculosa. Yo le dije que mis hombros estaban cubiertos por el chal, pero no hubo caso. No me dejó entrar. Tuve que volver al hotel a cambiarme y volver.

Cuando logré entrar al templo, después de algunas idas y venidas, me senté en un costado sobre la pared. Estaba disfrutando de los “bhajans” tranquilamente cuando una mujer se paró enfrente mío y me empezó a gritar hablándome en telugu supongo, señalándome con el dedo vaya uno a saber qué. Gracias a otra mujer que me tradujo, el tema era que las sillas estaban reservadas para las personas mayores. Yo no tenía idea de eso. ¿Qué necesidad había de gritar y maltratarme de esa manera? Con decirme este lugar está reservado era suficiente. No había ningún cartel y yo no tenía forma de saberlo.

Estábamos esperando el turno para pasar por la tumba de Sai Baba y había una mujer con un bebé a la que no le dieron prioridad de paso, que se levantó porque el bebé lloraba. Le gritaron que se siente de una manera increíble como si estuviera cometiendo el peor de los delitos.

Me acerco a un lugar donde había gente saliendo y sólo asomo la cabeza y pongo un pie para mirar qué había cuando una mujer empezó a los gritos: Tiene zapatos, tiene zapatos! Una cosa de locos! Yo entiendo el tema de sacarse los zapatos, de cubrirse los hombros, las mujeres por un lado y los hombres por otro, todo bien. Pero de ahí a gritarte hay un camino muy largo.

Sentí todo muy contracturado. Mucho control. Mucha disciplina. Mucha devoción. Andaba con miedo a hacer algo inadecuado y que me reten! De todas maneras, fue una linda experiencia. El lugar es precioso, el templo pomposo, con techos altos, muchas luces, todo muy cuidado y organizado.

Pero lo que salvó mi visita fue el encuentro con “Blue”, una alemana devota que visita Puttaparthi desde hace muchos años y cuando le conté mis tristes experiencias me dijo: “Venir al Ashram de Sai Baba es como estar en un lavarropas. El te va a poner situaciones para que limpies tu ego”.

Compartimos una deliciosa cena en la cantina para occidentales y me contó cómo Sai Baba la guía en su vida, cómo siente que él está dentro suyo y antes de irse me dijo: “hacele la pregunta que quieras a Sai Baba y él te responderá antes de los 20 minutos”. Y así fue. “Blue” fue el ángel de la guarda que hizo que mi visita cobrara sentido. Y una vez más compruebo que los milagros existen.